En el almuerzo del domingo, la familia estaba reunida para festejar el cumpleaños de Pepito, el hijo y nieto más pequeño, que cumplía siete años. Cuando todos estaban conversando animadamente durante la sobremesa, alrededor de un hermoso frutero con todo tipo de frutas, el papá se da cuenta de que Pepito mira atentamente algo muy pequeño que hay sobre la mesa.
– Hijo, ¿quieres una fruta?
El niño estaba tan concentrado que no respondió y su padre, con la mitad de una manzana ya pelada para ofrecérsela, decide acercarse a él.
El pequeño tiene una semilla sobre la mano derecha, y la va girando con uno de sus dedos de la mano izquierda para observarla mejor. El papá muestra interés por verla y Pepito le pregunta:
– ¿Que es esto, papá?
– Eso “ayer” era una manzana, igual que la que tengo en mi mano.
El niño mira la manzana que su papá le estaba ofreciendo y observando de nuevo la semilla responde:
– No papá, ¡esto es igual que las semillas de ese trozo de manzana!
Su padre comienza a explicarle que la manzana era antes como esas semillas, que después de un cierto tiempo podrían transformarse en manzanas si tuvieran las condiciones necesarias para ello. Al ver la expresión curiosa pero un tanto confusa de su hijo, el padre siente que debe explicarse mejor.
– Míralo así, Pepito. Ese huesito que tienes en la mano es la semilla de una manzana, y nunca se va transformar en una naranja, ni en un plátano ni en ninguna otra de las frutas que ves en el frutero. Si la sembramos, llegará a ser un manzano que dará muchas manzanas.
En ese momento el niño, que se estaba comiendo un trocito de la manzana que su papá le había dado, preguntó:
– ¿Va a ser una manzana dulce como ésta?
– Depende. Puede ser ácida, dulce, grande, pequeña, dura, blanda, sabrosa, sin sabor. Eso dependerá de la lluvia, del viento, del terreno, del sol, del calor y del frío, de los animales, de las lombrices, de los alimentos que tenga en la tierra para crecer…
El pequeño no esperó a que su padre terminase de hablar, y cogiendo las semillas del trozo de manzana que se estaba comiendo, corrió hasta el huerto e hizo algunos hoyos para sembrarlas. Su padre lo siguió y le enseñó a plantar las simientes. En las semanas posteriores, le enseño a cuidarlas para que brotasen.
Años después, mientras comía manzanas con sus hijos en el huerto, Pepe les contó lo que había aprendido de su padre. Los manzanos bien cuidados dan manzanas bonitas, dulces y sabrosas.