No hace mucho leí en un blog de una autora norteamericana que en una encuesta que hizo a sus lectores, la pregunta que más les gustaría hacer a Dios es «¿Cuál es mi propósito aquí?»

Es un tema que en Whatsapps anteriores ya hemos tocado.

Podría pensarse que es algo tan profundo -y de hecho lo es- que quizá requeriría largos retiros y contemplación para resolverlo o usar algunas técnicas, como la del vaso de agua que ya te compartí.

Pero, ¿qué pasaría si lo viéramos desde una perspectiva diferente?

¿Que tal si en lugar de verlo como algo demasiado elevado, lo vemos como una cuestión más mundana, más cotidiana?

Por ejemplo, podríamos ubicarnos en situaciones del día a día y hacernos la pregunta clave para cada momento o para cada situación que estemos viviendo, por ejemplo:

Si en tu oficina vas a programar una reunión, pregúntate: ¿cuál es mi propósito aquí?

Si estás inscribiendo a tu hijo al fútbol o a tu hija en sus clases de baile, pregúntate: ¿Cuál es mi propósito aquí?

Si vas a limpiar y ordenar el sótano o el cuarto de «tiliches»: ¿Cuál es mi propósito aquí?

En el ajetreo del día a día, rara vez nos detenemos a preguntarnos las razones por las que estamos haciendo lo que estamos haciendo.

Hacernos la pregunta del propósito es ‘de sentido común’ -que no necesariamente es práctica común-, sólo porque es muy fácil para nosotros ocuparnos en cosas sin sentido, quedando atrapados en la rutina, y de paso perdiendo de vista la relación con nuestras verdaderas intenciones.

Eso se convierte en un problema porque “el propósito define al éxito».

Si no tengo claro el por qué o para qué estoy haciendo algo, entonces será difícil saber si he logrado el resultado deseado. ¿Te hace sentido?

Tal vez estoy limpiando el sótano para que los niños tengan espacio para jugar. Y si más tarde los veo jugando alegremente en esa área ya limpia y ordenada, entonces sabré que mi misión está cumplida.

Sin embargo, si mi objetivo es encontrar un documento perdido, y la habitación ya está ordenada y recogida, pero el documento que busco aun no lo encuentro, entonces se que el trabajo debe continuar, debo seguir buscando hasta alcanzar mi objetivo.

Además, saber cuándo hemos terminado, centrándonos en el por qué o el para qué aumenta la productividad por otra razón.

Si no hay una buena razón para estar haciendo algo, entonces no vale la pena hacerlo.

Sin duda, una buena razón no tiene por qué ser una razón profunda o elevada.

Tal vez estás inscribiendo a tu hijo al fútbol sólo para que te quede tiempo libre dos tardes a la semana. Con eso basta.

Tal vez quieres programar una reunión temprano en la mañana sólo porque te da una excusa para comprar unos panecillos y quieres compartirlos durante la reunión. Con eso basta.

Mientras estés satisfecho con la razón, será más que suficiente, pero si no puedes llegar a una buena razón, llevar a cabo este ejercicio en verdad puede ser liberador.

Elegir no hacer cosas que has estado haciendo durante años sin pensarlo pueden ahorrarte cualquier cantidad de tiempo.

En mi caso, me he puesto a analizar por qué o para qué hago ciertas actividades a las que dedico gran cantidad de tiempo y lo que he descubierto me ha sorprendido.

Algunas actividades sólo las hacía por hacerlas, para rellenar mis tiempos. Ahora elijo no hacerlas, y como consecuencia libero mucho tiempo y vivo con menos estrés.

Con otras actividades, sin embargo, descubrí que su razón de ser, su propósito iba más allá.

Cuando me hice la pregunta «¿cuál es el propósito de hacer esta actividad en particular?», por ejemplo, escribir en mi blog o mandar los Whatsapp diarios, me di cuenta que estoy desarrollando mi escritura persuasiva, y además estoy construyendo un estilo de vida basado en Internet donde me relaciono con las personas que me leen.

Con mi boletín electrónico, mi propósito es mantener una conversación con los lectores especialmente con aquellos que no visitan con frecuencia mi blog.

También quiero que la personas que me leen encuentren ideas útiles en las que quizá no habían pensado antes.

Con los libros que estoy escribiendo y que estoy por publicar, quiero llegar a un público más amplio. Quiero escribir los libros que me gustaría leer.

Ahora me doy cuenta que conocer el por qué o el para qué me mantiene concentrado y enfocado.

Sin lugar a dudas, también me gustaría saber el por qué de las grandes preguntas existenciales, pero no espero contar con respuestas inmediatas de Dios, el Universo o del Ser Supremo.

Creo, sin embargo, que sabiendo el por qué y el para qué de la vida diaria es profundo a su propia manera.

¿No lo crees tú así?