A un granjero llegó a preocuparle mucho el hecho de que sus cinco hijos constantemente estuvieran peleando entre sí. No había la confianza ni el respeto digno de hermanos; sólo pleitos, discusiones, rivalidades e insultos.
Finalmente, el granjero llamó a sus hijos. Formaron un círculo y, a la mitad del mismo les arrojó un atado de varas que se encontraba firmemente atado con dos cuerdas gruesas. Entonces sostuvo en alto una reluciente moneda.
– Este centenario – dijo él -, será para aquel de ustedes que pueda romper este atado de varas a la mitad.
Moviéndose en torno al círculo, cada uno de los cinco hijos trato de romper el atado. Intentaron quebrarlo sobre las rodillas, brincaron sobre él, lo arrojaron contra el suelo, pero sin resultado alguno.
– No se puede hacer – se quejaron sus hijos.
– Sí, sí se puede – dijo el granjero embolsándose la moneda de oro.
Entonces se agachó y deshizo el nudo de la primera cuerda. Luego hizo lo mismo con la segunda cuerda, y las varas cayeron al suelo formando una pila. El granjero levantó la primera vara, la trozó fácilmente en dos, y se la extendió a su primer hijo. Después rompió otra, y se le dio a su segundo hijo, y así sucesivamente, hasta llegar a su quinto hijo. Finalmente recogió las dos cuerdas que habían estado sujetando las varas.
– Esta cuerda se llama respeto – dijo -, y esta otra confianza. Con estas dos fuerzas uniéndolas juntos, nunca habrá enemigo que pueda separarlos o derrotarlos. Pero si pelean y rivalizan entre sí, acabarán derrotándose a si mismos.