Un hombre, desesperado por los problemas que tenía en casa, abordó al cura del pueblo:

– Padre, no soporto más los gritos de los niños, ni el parloteo de mi mujer, y ahora encima llega mi suegra para vivir con nosotros. La casa es pequeña, padre, ¡y yo quiero un poco de paz! ¿Qué puedo hacer?

– ¿Tiene usted unos cabritos? -le dijo el sacerdote- Métalos también en su casa y todo mejorará.

Al hombre le resultó un poco extraño el consejo del cura, pero de todas maneras metió los cabritos dentro de la casa.

Días más tarde, volvió más nervioso todavía. El padre escuchó sus quejas y le dio otro consejo:

– Tranquilo hijo, que todo se solucionará rápidamente. Ponga dentro de la casa también a sus dos cerdos.

“Ahora si el padre se ha vuelto loco de remate”, pensaba el pobre hombre mientras regresaba a casa. Pero su confianza en el cura era tan grande que hizo lo que le aconsejaba.

Dos días después llegó el hombre a la iglesia, sin aliento, sucio, desaliñado, tenso y nervioso como nunca. Y le contó al cura el verdadero infierno en que se había transformado la casa.

– Muy bien – dijo el cura -. Usted ha hecho todo lo que debía hacer. Ahora regrese a su casa, saque afuera los cabritos y los cerdos, y límpiela bien.

Al día siguiente el padre visitó a su fiel parroquiano. Lo encontró de buen humor, conversando con su esposa, la suegra y los hijos.

– Padre, ¡muchas gracias por los consejos! ¡Mi casa finalmente recuperó la tranquilidad y mi familia es maravillosa!

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Cualquier parecido con la (tu) realidad es mera coincidencia…

Me dará gusto leer tus comentarios.