Cuenta la leyenda (*) que el más sabio de los sabios de los monjes de un lejano país, cansado de los honores de su cargo, decidió prescindir de todo boato y salir en peregrinación. Escapó de noche del monasterio, vestido con pobres ropajes, un bastón y una bolsa por todo equipaje. Y así, viajando solo, recorría libre los caminos hacia su destino; atrás quedaba su fama de ser el hombre más sabio y el más amoroso maestro.
Un día hizo un alto en el claro de un profundo bosque; allí se sentó y pronto quedó sumido en el infinito silencio de su mundo interior, ajeno a todo lo que le rodeaba. Y así quedó, con los ojos cerrados, las piernas cruzadas y las manos apoyadas en las rodillas, en posición de flor de loto, en actitud de profunda meditación.
Su venerable aspecto movía al respeto y la contemplación.
Pero, de repente, irrumpió en el claro la voz áspera y exigente de un guerrero que gritaba:
– ¡Anciano, despierta! ¡Tú que eres sabio y conoces el más allá, enséñame acerca del cielo y del infierno! ¿Existen realmente? ¿Cuál será mi destino?
A pesar de la voz destemplada y la violencia de las palabras, el anciano continuó en silencio, con los ojos cerrados, como si nada hubiera oído. No hubo respuesta al griterío.
Mientras, el guerrero, que seguía de pie frente al monje, impaciente, empezó a mostrarse más y más nervioso a cada instante que pasaba sin que aquel anciano diera señal de haberlo escuchado. Mas al cabo, poco a poco, el hombre sabio empezó a entreabrir los ojos, al tiempo que una débil insinuación de sonrisa se asomaba entre las comisuras de sus labios.
El monje contempló en silencio al guerrero, evaluando con ojos brillantes de conocimiento su cara y ropajes, cada detalle de su indumentaria y su expresión, y lo hacía como si alcanzara el más profundo secreto del corazón de aquel hombre. Y súbitamente, con voz profunda, ronca y llena de vigor exclamó:
– Dices que quieres conocer los secretos del cielo y el infierno, pero ¿quién eres tu para interpelarme sobre estas cuestiones? ¿Quién eres en realidad? Obsérvate, ¿cuál es tu actividad? ¿Cuál es el propósito de tu vida? No sabes responder a estas preguntas, siquiera habían pasado por tu mente hasta ahora. Sólo sabes matar, agredir, eres rehén de tu violencia y de tu ira. Esclavo del poder, tienes las manos manchadas con sangre inocente. Eres un asesino, un monstruo al servicio de cualquiera que te pague. Careces de voluntad propia, de honor… ¿Y tú te atreves a dirigirte a mí para preguntarme por el cielo y el infierno?
El guerrero sintió cómo la ira crecía en su interior y surgía de forma arrolladora. Y mientras profería una maldición terrible sacó su espada y la alzó con rabia sobre su cabeza. Mientras así se preparaba para decapitar al monje, en fracciones de segundo en su mente resonaron sus palabras y se sucedieron las terribles imágenes de su pasado, todas ellas repletas de batallas, muertes y violencia, de sangre y saqueos, de terror y desesperación… toda su vida desfiló ante sus ojos para poner de manifiesto que no tenía sentido.
– Esto es el infierno -dijo entonces el anciano monje, mientras la espada amenazadora, comenzaba a bajar.
En esa fracción de segundo, el guerrero comprendió y se sintió abrumado por un temor reverencial, por una compasión y un amor extraordinario hacia aquel amable monje, hacia aquel ser humano que, sin conocerle, arriesgaba su propia vida para enseñarle su auténtica naturaleza de forma tan directa y práctica.
Detuvo por fin la espada apenas a unos milímetros de la cabeza del anciano. Sus ojos empezaron a llenarse de lágrimas de agradecimiento por lo sucedido, por los intensos sentimientos de alivio y liberación que sucedían en su interior, por las imágenes de un futuro diferente, lleno de paz y libertad.
Y en ese instante pudo escuchar la voz llena de sabiduría y amor del monje, que con gran dulzura le susurraba:
– Y esto es el cielo.
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* Tomado de: Frederic Solergibert, Lo que no se ve, Ediciones Urano, 2000.
Y tú, estimado lector, ¿vives en el cielo o en el infierno?