San Nicolás vivió durante el siglo IV en Ptara, en el sudoeste de la actual Turquía. Fue ordenado sacerdote de joven y, falleció siendo arzobispo de Myra. Fue llamado obispo de los niños, por su amor a los pequeños y se hizo muy popular por su gran generosidad y amabilidad con los más necesitados y los niños, a quienes hizo beneficiarios de su fortuna personal. Su fama se extendió más allá de las fronteras de su región y comenzó a ser protagonista de gran cantidad de leyendas. Se le atribuyeron, desde salidas nocturnas para repartir regalos entre los necesitados, hasta milagros como calmar una terrible tempestad o resucitar a un marinero egipcio.
Pero su fama se extendió cuando sus huesos fueron robados de Myra, por unos marineros que lo llevaron a la ciudad italiana de Bari. Apenas llegó allí, ya empezó a obrar milagros y su fama voló como el viento por toda Europa.
Desde mediados del siglo XIII, San Nicolás repartía los regalos y juguetes durante la noche del 5 al 6 de diciembre, pero después de la Contra Reforma católica (1545-1563), surgió otro personaje, Christkind, el niño Jesús, que repartiría regalos en el día de Navidad. El avance de la tradición de los regalos del niño Jesús, forzó a que San Nicolás pasara a entregar sus regalos el día 25. La adorable misión de repartir regalos a los niños en Navidad fue adoptada por toda Europa, y el personaje encargado de hacerlo, fue desarrollándose a partir de la figura básica del San Nicolás medieval, mezclada con las diferentes leyendas locales (como los gnomos, el padre invierno nórdico, la bruja buena italiana y muchos otros más). Pero nuestro gordinflón actual vendría de la mano de holandeses y neoyorquinos.
La tradición de San Nicolás arraigó de forma especialmente intensa en Holanda, a partir del siglo XIII. Se le llegó a nombrar santo protector de Amsterdam. Por aquellos días se le representaba vestido con ornamentos eclesiásticos, con barba blanca, montando en un burro, y llevando un saco o cesta con regalos para los niños buenos, y un manojo de varas para los niños desobedientes. Más tarde, hacia el siglo XVII, solía llegar en un barco llamado Spanje (España), esta vez con un caballo blanco, siempre acompañado por su fiel sirviente musulmán Zwarte Piet (Pedro el Negro), un sonriente personaje que llevaba un saco lleno de golosinas, que era lo suficientemente grande como para que, cuando se quedara vacío, pudiera meter en él a todos los niños que se habían portado mal durante el año para llevárselos a España (un castigo horrendo para la época, ya que estaban en guerra con este país).
Esta tradición familiar de San Nicolás, traspasó el Atlántico, en el siglo XVII, junto a los colonos holandeses que se instalaron en la prometedora costa este de Norteamérica. Los holandeses fundaron Nueva Amsterdam, en la isla de Manhattan, que luego sería Nueva York. En este traspaso, Pedro el Negro se quedó en el viejo continente, ya que desaparece de los festejos posteriores.
Washington Irving, amante del folclore europeo, escribió su Historia de Nueva York en 1809 y en ella describe la supuesta llegada del santo, cada víspera de San Nicolás (6 de enero). Lo describe ya sin ropas de obispo y sin el caballo blanco para llegar en un corcel volador. Este relato se hizo tan popular, que todos, incluso los colonos ingleses, festejaron la celebración holandesa. El nombre se derivó de San Nicolás, Sinterklaas o Sinter Klaas hasta acabar pronunciándose como Santa Claus por los angloparlantes.
El siguiente paso en la transformación definitiva de San Nicolás en Santa Claus ocurrió el día 23 de diciembre de 1823, cuando apareció un poema en un diario de Nueva York, titulado: «Un relato sobre la visita de San Nicolás». Sólo hasta 1862 se supo que lo había escrito Clement C. Moore, profesor de estudios bíblicos en Nueva York. En este poema se ensalzó el componente mágico del San Nicolás de Irving y lo hizo más creíble. Cambió el trineo tirado por un caballo volador por uno tirado por renos. Lo describió como un tipo alegre, rechoncho y de pequeña estatura, asimilándolo a un gnomo.
Y lo más decisivo, fue que Moore situó la llegada de Santa Claus, en la víspera de Navidad. La imagen del gordo Santa Claus la detalló al máximo el dibujante Thomas Nast, que por Navidad publicó ilustraciones de Santa Claus en la revista Harper´s de 1860 a 1880. Nast añadió detalles, como la ubicación del taller de Santa, en el polo norte, y su vigilancia sobre los niños buenos y malos de todo el mundo. Fue él quien lo vistió de rojo y le dio vestuario de pieles.
A fines del siglo XIX y principios del XX, la costumbre del San Nicolás reinventado en Nueva York, se fue extendiendo por casi toda Europa. Fundó sus bases en Gran Bretaña, llamándose allí, Father Christmas o Padre Navidad. De ahí pasaría a Francia, en donde adoptaría el nombre de Père Noël o papá Navidad, del cual deriva Papá Noel, como se le conoce en España y gran parte de Hispanoamérica. En realidad no hizo más que readaptarse a las antiguas costumbres de San Nicolás u otros repartidores de regalos locales.
Pero finalmente fue Coca-Cola la que le dio su actual aspecto en el año 1931. Esta empresa le encargó a Habdon Sundblom, que remodelara el Santa Claus de Thomas Nast, para la campaña publicitaria de Navidad de ese año. Creó un Santa Claus más alto, todavía más gordinflón, aunque más simpático, con un rostro bonachón, de ojos pícaros, chispeantes y amigables, con pelo blanco, larga barba y bigote blanco, sedoso y agradable. La vestimenta mantuvo los colores rojo y blanco, pero su traje se hizo más lujoso y atractivo.
A la imaginación de todas estas personas y pueblos, debemos nuestro actual repartidor de regalos. Todos sabemos que vive en el Polo Norte, con muchos duendes que lo ayudan a fabricar todos los juguetes que le piden los niños del mundo, y que reparte los regalos en un trineo volador tirado por siete renos: Bailarín, Saltador, Zalamero, Bromista, Alegre y Veloz, todos ellos liderados por Reno, el de la nariz roja, que fue el último en integrarse al grupo. Nadie pone en duda que este trineo pueda volar, ya que Papá Noel siempre echa delante del mismo el misterioso polvo de estrellas, que facilita su deslizamiento por el aire.